Y sentirse ondulado por la suavidad del mar,
suavidad engañosa, estrecha,
alojadora de crías mitológicas
seductoras y caníbales.
Pero ¿a quién no le gusta amanecer
sintiéndose suave, ondulado y estrecho?
¿a quién no le gusta mirar un punto fijo,
escuchar silencio y sentir, por primera vez en la vida,
que poner la mente en blanco
es poder mirar y no estar observando?
¿a quién no le gusta, y no hablo de admitirlo,
una caricia que comienza en un receptor
y termina en el organismo repleto de oxitocina,
en humedad y desenfreno?
¿a quién no le gusta imaginar que, de pronto,
somos ondulados, estrechos, seductores y caníbales
para después sabernos sabios, inteligentes,
animales poseedores del uso de la razón y el habla?
¿a quién no le gusta ser
tan complejo como para simplificarse
observando
la engañosa belleza del mar?