lunes, 27 de febrero de 2012

Adagio morendo



Sobresaltada, comenzó a correr... el cielo oscuro, el patio sucio, una mano en la garganta y otra alejada de su cuerpo haciendo ademanes para que nadie se interpusiera en su camino. El cuerpo húmedo de sudor, los labios agrietados, secos, los ojos abiertos: desesperación.

Entra, cierra la puerta y comienza a vomitar. No siente cómo la comida atraviesa su tubo digestivo, no siente el ácido clorhídrico desintegrándole el esófago, la tráquea o la boca, simplemente no se siente. Era desesperante. Recelosa, mira hacia el inodoro y lo único que alcanza a ver en un fugitivo minuto es excremento, no lo cree y vuelve a mirar: el retrete se encontraba vacío.

Otra arcada, acompañada de uno vaya a saber qué, le cierra el pecho y la obliga a inclinarse un poco más, de su boca comienza a salir un líquido, con fuerza, sin olor, con color... no lo entiende, no quiere comprender que sus órganos ya no descifran su función y ahora desecha toxinas por la boca. Comprende que su orina es quien, ahora, le enjuaga los dientes, le toca la lengua y acaricia sus músculos faciales; no sentía, no olía pero sabía con toda certidumbre que quería huir dejando a su propio cuerpo en ese baño infecto, abandonado.

No alcanzaba: la orina salía de su boca con fuerza pero sus pantalones se mojaban también ¿qué iba a hacer? necesitaba pensar algo: girar alrededor del retrete (siempre orinado con su boca en él) sentarse en el borde de la bañadera, bajarse los pantalones y correr rápidamente su boca hacia allí.

Una voz le dice "bien, así podes defecar también" ¿qué?¿estás loca? pero no podía pronunciar palabras.... Y esa voz, convertida en persona, le toca la pierna y le dice "el liquido de tu cuerpo tiene que salir, cuando no haya más agua en él vas a dejar de orinar" entendía todo pero no podía emitir sonido, la orina era reina de su habla, sus movimientos, su cuerpo y pronto lo sería de su alma vieja e irreciclable. También la voz le dijo algo sobre 400 ml y el tiempo pero no escuchó más, ahora la orina también le salía de sus orejas, de sus pezones, de sus ojos como un torrente de lágrimas sin atinar a cesar.

Las paredes comenzaron a borrarse, el piso y el techo se alejaban, de pronto entendió que era un pequeño eslabón en la escala mundial, una especie en extinción próxima. Se rindió y se sintió flotar en su propia piscina de pis...

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